Si Bravo solamente jugó 13 partidos internacionales con Francia, fue porque inició su carrera como media punta justo cuando un tal Michel Platini estaba en la cima de su arte en esa misma demarcación. Análogamente al Principito francés, algunos jugadores con bastante clase no gozaron de la carrera que se merecían; sencillamente porque nacieron en el lugar equivocado e irrumpieron en un momento inoportuno: a la sombra de un genio. A continuación, FIFA.com echa un poco de sal en la herida.
No nos movemos del país galo, donde, después de Raymond Kopa y Platini, la posición de cerebro fue elevada a la categoría de arte. En la década de 1990, Johan Micoud o Corentin Martins tenían el talento necesario para haber retomado el testigo con la camiseta azul. La prueba es que ambos gozaron de un nutrido currículo y dejaron una huella imborrable en el Girondins de Burdeos y el Werder Bremen (en el caso del primero), y en el Auxerre y el Deportivo de La Coruña (en lo que respecta al segundo). Sin embargo, ni uno ni otro iban a vivir la época dorada de los Bleus, ganadores de la Copa Mundial de la FIFA 1998 y de la Eurocopa 2000. La culpa la tuvo un tal Zinedine Zidane que, aunque hizo soñar a un país entero, también provocó pesadillas durante más de un decenio a todos los candidatos a ser el ‘diez’ de la selección francesa. “Yo me peleé con todo el mundo para dejar claro que podíamos jugar juntos”, afirmó Micoud, aun así. “Es más, la única vez que hice un partido bueno de veras, fue contra Turquía, y estábamos los dos en el campo”. Por desgracia, los seleccionadores franceses no lo vieron así.
El alumno supera al maestro
Una historia que recuerda extrañamente a la del argentino Ricardo Bochini, otro armador de juego considerado el futbolista más grande de la historia de Independiente, y uno de los mejores centrocampistas del mundo de los años 80. Así lo refleja, por otro lado, su palmarés, con 4 campeonatos de Argentina (1977, 1978, 1983 y 1988/89), 4 Copas Libertadores (1973, 1974, 1975 y 1983) y 2 Copas Intercontinentales (1973 y 1984); trofeos en cuya conquista desempeñó un papel preponderante. Sin embargo, su fama nunca traspasó las fronteras argentinas.
¿La causa? Un chaval superdotado que, en esa misma década, iba a poner a sus pies no sólo al país sudamericano, sino también al resto del mundo. ¿Su nombre? Diego Armando Maradona. Ironías del destino, el Pibe de Oro tenía entre sus ídolos a Bochini, y convenció al seleccionador, Carlos Bilardo, para que lo incluyera en el plantel albiceleste que acabaría ganando la Copa Mundial de la FIFA 1986. Allí solamente jugó en la semifinal contra Bélgica, saliendo a seis minutos del final cuando Argentina ya ganaba 2-0, gracias a un par de dianas de… ¡Maradona! Al ingresar al campo, el Pelusa lo recibió con la frase “¡Dibuje, maestro!”, símbolo de su admiración por el Bocha, pero que no iba a consolarlo de su intrascendente papel de extra. “No me siento campeón del mundo”, confesó el cerebro, quien, pese a sus 740 partidos con su club de siempre, únicamente totalizó 11 con la selección.
Un destino cruel, pero no inusual cuando se nace en un país acostumbrado a producir tantos talentos. Una década más tarde, el delantero Hernán Crespo también lo sufrió, al tener que contentarse, pese a su excepcional olfato de gol, con permanecer a la sombra de Gabriel Batistuta en la selección argentina. En Francia 1998, sin embargo, Crespo partía con ventaja en los planes de Daniel Passarella, pero una lesión sufrida antes del campeonato lo obligó a ver desde el banquillo cómo Batigol se destapaba con 5 tantos.
Al cabo de cuatro años, el ex delantero del Fiorentina seguía siendo un fijo en el equipo, y el seleccionador de turno, Marcelo Bielsa, consideraba “imposible” una sociedad en ataque entre los dos arietes. Valdanito sustituyó en los tres partidos de la primera fase a su competidor, contra Nigeria, Inglaterra y Suecia. Incluso, vio puerta contra los escandinavos, pero no alcanzó para impedir la prematura eliminación de la Albiceleste en la cita asiática. “Mucha gente se piensa que tengo una mala relación con Batistuta por la competencia que mantenemos, pero no es así en absoluto”, explicaba por entonces Crespo a FIFA.com. “Nos entendemos de maravilla y aprendo mucho a su lado. Es un gran jugador”. En Alemania 2006, Hernán tuvo por fin su oportunidad tras la retirada de Batistuta, y fue uno de los goleadores más fructíferos del torneo, con 3 tantos.
Nadie mejor… o casi nadie
Mikel Arteta
, por su parte, sigue esperando que cambie su situación. El elegante centrocampista donostiarra es uno de los mejores jugadores de la Premier League inglesa, al cabo de seis exitosas campañas en el Everton. Sus seguidores lo tienen claro, y entonan en cada partido su cántico preferido: “There's nobody betta’ than Mikel Arteta” ("No hay nadie mejor que Mikel Arteta"). Una bonita muestra de cariño, pero no muy ajustada a la realidad. Y es que el infatigable jugador Toffee ha tenido la mala suerte de nacer en España y de ocupar un puesto en la medular, en la misma época que una generación entera de superdotados como Xavi, Andrés Iniesta, Xabi Alonso o Cesc Fábregas.
Arteta, formado en la cantera del FC Barcelona, tal vez cometiera el fallo de marcharse demasiado pronto. “Tenía 16 años cuando jugué mi primer partido. Entré para sustituir a Pep Guardiola. Miraba a mi alrededor y veía a Luis Figo, Luis Enrique, Patrick Kluivert, Rivaldo…”, recordó el ex jugador del París Saint-Germain y del Glasgow Rangers. “El Barça era mi club, y siento haberlo dejado al año siguiente. Pero Xavi se estaba imponiendo en mi puesto. Tenía 17 años, y no quería tener que esperar para jugar con regularidad”. Diez años después, Xavi es campeón de Europa y del mundo, y Arteta sigue esperando su primera convocatoria con la Roja absoluta.
Marcharse para subsistir es también el sacrificio que tuvo que hacer Gianfranco Zola en los años 90. El ya retirado media punta, elegido mejor jugador en la historia del Chelsea por los aficionados del club londinense, vio por fin reconocido su talento en los estadios ingleses sin tener que soportar el peso de las comparaciones que suscitaba en su Italia natal. Imagínense: un jugador formado en el Nápoles en la posición de “diez” cuando un tal Maradona era el ídolo del equipo, y que tuvo que contentarse asimismo con una carrera demasiado modesta en la Squadra azzurra, donde Roberto Baggio hacía maravillas por entonces.
Muchas maravillas hizo también Jean-Pierre Papin con la camiseta del Olympique de Marsella, lo que lo animó a recalar en el Milan en 1992, con la intención de triunfar en la escuadra lombarda. “La competencia se acepta o no se acepta, pero si es lo segundo, mejor no venir al Milan”, anunció el ariete francés a su llegada. “Habrá decisiones tácticas y habrá que adaptarse a ellas. Estoy preparado. Hay que ser fuerte”. Sin embargo, no iba a serlo lo bastante para hacerse un sitio en el ataque rossonero, por culpa de un Marco van Basten entonces en su apogeo y que, además de ser un genio, gozaba de una voluntad inquebrantable. “En el entrenamiento, estás obligado a luchar. Si no estás a la altura, sabes que, por detrás, alguien puede arrebatarte el puesto”, explicaba el holandés para justificar su motivación. “Por consiguiente, siempre juegas a tope, y así es como progresas y alcanzas una cierta perfección”.
La soledad del portero
Esperar en la cola del reconocimiento ya es duro de por sí para cualquier jugador, pero lo es más todavía para un guardameta, un puesto afamado por su longevidad y su necesidad de estabilidad. Son incontables los arqueros que han vivido a la sombra de un antecesor demasiado cualificado, como ocurrió con el alemán Sepp Maier, quien, durante su imperial carrera en el Bayern de Múnich, quemó con su sempiterna titularidad ¡a nueve suplentes! El Gato, que nunca estaba enfermo, ni lesionado, ni sancionado, no se perdió ni un solo partido entre 1970 y 1979. Otro verdugo a su pesar fue Dino Zoff. Quitando a los delanteros de los equipos contrarios, el italiano convirtió a Giancarlo Alessandrelli en la principal víctima de su ilustre carrera. Este prometedor cancerbero de la cantera del Juventus sólo pudo jugar 20 minutos en cinco temporadas con la camiseta de la Vecchia Signora.
En todo caso, pocos habrá que igualen el desgraciado destino del inglés Peter Bonetti. A pesar de su veintena de temporadas sirviendo con lealtad y dedicación en el fútbol de clubes (casi todas ellas en el Chelsea), el suplente en la selección del legendario Gordon Banks únicamente jugó 7 partidos internacionales. Bonetti, sin embargo, podría haber disfrutado de su momento de gloria en la Copa Mundial de la FIFA 1970. Tras sufrir una intoxicación alimentaria, Banks le cedió los guantes para el choque de cuartos de final contra la República Federal de Alemania, en el que Inglaterra dejó escapar un 2-0 a favor para acabar cayendo en la prórroga por 2-3. Tras cometer un craso error en uno de los tres goles, Bonetti fue considerado por los aficionados como el responsable de la eliminación. Al final, ese primer partido en un Mundial fue también el último.
Para terminar, concluimos esta vuelta al mundo en el mismo lugar que la iniciamos, en Francia, donde Didier Deschamps tiene su propio concepto de la titularidad y la suplencia: “Todos los jugadores aceptan la competencia; siempre y cuando no les afecte a ellos…”.