Es larga la lista de grandes jugadores que no han gozado del  reconocimiento que merecían por haber coincidido en el tiempo con  estrellas como Platini o Maradona. FIFA.com se acuerda de ellos y te trae sus historias.
 “Mi  historia es la de un jugador que ha pasado de puntillas por su carrera”.  La frase es del francés Daniel Bravo, quien, pese a todo, cuenta con un  palmarés más que respetable y jugó hasta los 37 años. Pero no deja de  ser aplicable a muchos talentos que han quedado en los anales como  futbolistas que deberían haber llegado mucho más arriba. 
Si  Bravo solamente jugó 13 partidos internacionales con Francia, fue  porque inició su carrera como media punta justo cuando un tal Michel  Platini estaba en la cima de su arte en esa misma demarcación.  Análogamente al Principito francés, algunos jugadores con  bastante clase no gozaron de la carrera que se merecían; sencillamente  porque nacieron en el lugar equivocado e irrumpieron en un momento  inoportuno: a la sombra de un genio. A continuación, FIFA.com echa un poco de sal en la herida.
No  nos movemos del país galo, donde, después de Raymond Kopa y Platini, la  posición de cerebro fue elevada a la categoría de arte. En la década de  1990, Johan Micoud o Corentin Martins  tenían el talento necesario para haber retomado el testigo con la  camiseta azul. La prueba es que ambos gozaron de un nutrido currículo y  dejaron una huella imborrable en el Girondins de Burdeos y el Werder  Bremen (en el caso del primero), y en el Auxerre y el Deportivo de La  Coruña (en lo que respecta al segundo). Sin embargo, ni uno ni otro iban  a vivir la época dorada de los Bleus, ganadores de la Copa Mundial de la FIFA 1998 y de la Eurocopa 2000. La culpa la tuvo un tal Zinedine Zidane  que, aunque hizo soñar a un país entero, también provocó pesadillas  durante más de un decenio a todos los candidatos a ser el ‘diez’ de la  selección francesa. “Yo me peleé con todo el mundo para dejar claro que  podíamos jugar juntos”, afirmó Micoud, aun así. “Es más, la única vez  que hice un partido bueno de veras, fue contra Turquía, y estábamos los  dos en el campo”. Por desgracia, los seleccionadores franceses no lo  vieron así.
El alumno supera al maestro 
Una historia que recuerda extrañamente a la del argentino Ricardo Bochini, otro armador de juego considerado el futbolista más grande de la historia de Independiente, y uno de los mejores centrocampistas del mundo de los años 80. Así lo refleja, por otro lado, su palmarés, con 4 campeonatos de Argentina (1977, 1978, 1983 y 1988/89), 4 Copas Libertadores (1973, 1974, 1975 y 1983) y 2 Copas Intercontinentales (1973 y 1984); trofeos en cuya conquista desempeñó un papel preponderante. Sin embargo, su fama nunca traspasó las fronteras argentinas.
Una historia que recuerda extrañamente a la del argentino Ricardo Bochini, otro armador de juego considerado el futbolista más grande de la historia de Independiente, y uno de los mejores centrocampistas del mundo de los años 80. Así lo refleja, por otro lado, su palmarés, con 4 campeonatos de Argentina (1977, 1978, 1983 y 1988/89), 4 Copas Libertadores (1973, 1974, 1975 y 1983) y 2 Copas Intercontinentales (1973 y 1984); trofeos en cuya conquista desempeñó un papel preponderante. Sin embargo, su fama nunca traspasó las fronteras argentinas.
¿La  causa? Un chaval superdotado que, en esa misma década, iba a poner a sus  pies no sólo al país sudamericano, sino también al resto del mundo. ¿Su  nombre? Diego Armando Maradona. Ironías del destino, el Pibe de Oro tenía entre sus ídolos a Bochini, y convenció al seleccionador, Carlos Bilardo, para que lo incluyera en el plantel albiceleste  que acabaría ganando la Copa Mundial de la FIFA 1986. Allí solamente  jugó en la semifinal contra Bélgica, saliendo a seis minutos del final  cuando Argentina ya ganaba 2-0, gracias a un par de dianas de…  ¡Maradona! Al ingresar al campo, el Pelusa lo recibió con la frase “¡Dibuje, maestro!”, símbolo de su admiración por el Bocha,  pero que no iba a consolarlo de su intrascendente papel de extra. “No  me siento campeón del mundo”, confesó el cerebro, quien, pese a sus 740  partidos con su club de siempre, únicamente totalizó 11 con la  selección.
Un destino cruel, pero no  inusual cuando se nace en un país acostumbrado a producir tantos  talentos. Una década más tarde, el delantero Hernán Crespo  también lo sufrió, al tener que contentarse, pese a su excepcional  olfato de gol, con permanecer a la sombra de Gabriel Batistuta en la  selección argentina. En Francia 1998, sin embargo, Crespo partía con  ventaja en los planes de Daniel Passarella, pero una lesión sufrida  antes del campeonato lo obligó a ver desde el banquillo cómo Batigol se destapaba con 5 tantos. 
Al  cabo de cuatro años, el ex delantero del Fiorentina seguía siendo un  fijo en el equipo, y el seleccionador de turno, Marcelo Bielsa,  consideraba “imposible” una sociedad en ataque entre los dos arietes. Valdanito  sustituyó en los tres partidos de la primera fase a su competidor,  contra Nigeria, Inglaterra y Suecia. Incluso, vio puerta contra los  escandinavos, pero no alcanzó para impedir la prematura eliminación de  la Albiceleste en la cita asiática. “Mucha gente se piensa que  tengo una mala relación con Batistuta por la competencia que mantenemos,  pero no es así en absoluto”, explicaba por entonces Crespo a FIFA.com.  “Nos entendemos de maravilla y aprendo mucho a su lado. Es un gran  jugador”. En Alemania 2006, Hernán tuvo por fin su oportunidad tras la  retirada de Batistuta, y fue uno de los goleadores más fructíferos del  torneo, con 3 tantos. 
Nadie mejor… o casi nadie 
Mikel Arteta, por su parte, sigue esperando que cambie su situación. El elegante centrocampista donostiarra es uno de los mejores jugadores de la Premier League inglesa, al cabo de seis exitosas campañas en el Everton. Sus seguidores lo tienen claro, y entonan en cada partido su cántico preferido: “There's nobody betta’ than Mikel Arteta” ("No hay nadie mejor que Mikel Arteta"). Una bonita muestra de cariño, pero no muy ajustada a la realidad. Y es que el infatigable jugador Toffee ha tenido la mala suerte de nacer en España y de ocupar un puesto en la medular, en la misma época que una generación entera de superdotados como Xavi, Andrés Iniesta, Xabi Alonso o Cesc Fábregas.
Mikel Arteta, por su parte, sigue esperando que cambie su situación. El elegante centrocampista donostiarra es uno de los mejores jugadores de la Premier League inglesa, al cabo de seis exitosas campañas en el Everton. Sus seguidores lo tienen claro, y entonan en cada partido su cántico preferido: “There's nobody betta’ than Mikel Arteta” ("No hay nadie mejor que Mikel Arteta"). Una bonita muestra de cariño, pero no muy ajustada a la realidad. Y es que el infatigable jugador Toffee ha tenido la mala suerte de nacer en España y de ocupar un puesto en la medular, en la misma época que una generación entera de superdotados como Xavi, Andrés Iniesta, Xabi Alonso o Cesc Fábregas.
Arteta,  formado en la cantera del FC Barcelona, tal vez cometiera el fallo de  marcharse demasiado pronto. “Tenía 16 años cuando jugué mi primer  partido. Entré para sustituir a Pep Guardiola. Miraba a mi alrededor y  veía a Luis Figo, Luis Enrique, Patrick Kluivert, Rivaldo…”, recordó el  ex jugador del París Saint-Germain y del Glasgow Rangers. “El Barça  era mi club, y siento haberlo dejado al año siguiente. Pero Xavi se  estaba imponiendo en mi puesto. Tenía 17 años, y no quería tener que  esperar para jugar con regularidad”. Diez años después, Xavi es campeón  de Europa y del mundo, y Arteta sigue esperando su primera convocatoria con la Roja absoluta. 
Marcharse para subsistir es también el sacrificio que tuvo que hacer Gianfranco Zola  en los años 90. El ya retirado media punta, elegido mejor jugador en la  historia del Chelsea por los aficionados del club londinense, vio por  fin reconocido su talento en los estadios ingleses sin tener que  soportar el peso de las comparaciones que suscitaba en su Italia natal.  Imagínense: un jugador formado en el Nápoles  en la posición de “diez” cuando un tal Maradona era el ídolo del  equipo, y que tuvo que contentarse asimismo con una carrera demasiado  modesta en la Squadra azzurra, donde Roberto Baggio hacía maravillas por entonces. 
Muchas maravillas hizo también Jean-Pierre Papin  con la camiseta del Olympique de Marsella, lo que lo animó a recalar en  el Milan en 1992, con la intención de triunfar en la escuadra lombarda.  “La competencia se acepta o no se acepta, pero si es lo segundo, mejor  no venir al Milan”, anunció el ariete francés a su llegada. “Habrá  decisiones tácticas y habrá que adaptarse a ellas. Estoy preparado. Hay  que ser fuerte”. Sin embargo, no iba a serlo lo bastante para hacerse un  sitio en el ataque rossonero, por culpa de un Marco van Basten  entonces en su apogeo y que, además de ser un genio, gozaba de una  voluntad inquebrantable. “En el entrenamiento, estás obligado a luchar.  Si no estás a la altura, sabes que, por detrás, alguien puede  arrebatarte el puesto”, explicaba el holandés para justificar su  motivación. “Por consiguiente, siempre juegas a tope, y así es como  progresas y alcanzas una cierta perfección”. 
La soledad del portero
Esperar en la cola del reconocimiento ya es duro de por sí para cualquier jugador, pero lo es más todavía para un guardameta, un puesto afamado por su longevidad y su necesidad de estabilidad. Son incontables los arqueros que han vivido a la sombra de un antecesor demasiado cualificado, como ocurrió con el alemán Sepp Maier, quien, durante su imperial carrera en el Bayern de Múnich, quemó con su sempiterna titularidad ¡a nueve suplentes! El Gato, que nunca estaba enfermo, ni lesionado, ni sancionado, no se perdió ni un solo partido entre 1970 y 1979. Otro verdugo a su pesar fue Dino Zoff. Quitando a los delanteros de los equipos contrarios, el italiano convirtió a Giancarlo Alessandrelli en la principal víctima de su ilustre carrera. Este prometedor cancerbero de la cantera del Juventus sólo pudo jugar 20 minutos en cinco temporadas con la camiseta de la Vecchia Signora.
Esperar en la cola del reconocimiento ya es duro de por sí para cualquier jugador, pero lo es más todavía para un guardameta, un puesto afamado por su longevidad y su necesidad de estabilidad. Son incontables los arqueros que han vivido a la sombra de un antecesor demasiado cualificado, como ocurrió con el alemán Sepp Maier, quien, durante su imperial carrera en el Bayern de Múnich, quemó con su sempiterna titularidad ¡a nueve suplentes! El Gato, que nunca estaba enfermo, ni lesionado, ni sancionado, no se perdió ni un solo partido entre 1970 y 1979. Otro verdugo a su pesar fue Dino Zoff. Quitando a los delanteros de los equipos contrarios, el italiano convirtió a Giancarlo Alessandrelli en la principal víctima de su ilustre carrera. Este prometedor cancerbero de la cantera del Juventus sólo pudo jugar 20 minutos en cinco temporadas con la camiseta de la Vecchia Signora.
En todo caso, pocos habrá que igualen el desgraciado destino del inglés Peter Bonetti.  A pesar de su veintena de temporadas sirviendo con lealtad y dedicación  en el fútbol de clubes (casi todas ellas en el Chelsea), el suplente en  la selección del legendario Gordon Banks únicamente jugó 7 partidos  internacionales. Bonetti, sin embargo, podría haber disfrutado de su  momento de gloria en la Copa Mundial de la FIFA 1970. Tras sufrir una  intoxicación alimentaria, Banks le cedió los guantes para el choque de  cuartos de final contra la República Federal de Alemania, en el que  Inglaterra dejó escapar un 2-0 a favor para acabar cayendo en la  prórroga por 2-3. Tras cometer un craso error en uno de los tres goles,  Bonetti fue considerado por los aficionados como el responsable de la  eliminación. Al final, ese primer partido en un Mundial fue también el  último.
Para terminar, concluimos esta  vuelta al mundo en el mismo lugar que la iniciamos, en Francia, donde  Didier Deschamps tiene su propio concepto de la titularidad y la  suplencia: “Todos los jugadores aceptan la competencia; siempre y cuando  no les afecte a ellos…”. 
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