La capacidad de los hinchas argentinos para improvisar cánticos, en su mayoría ofensivos, durante los partidos de fútbol es legendaria. Basta haber asistido a un Boca-River para comprobar la intensidad de la bronca, capaz de hacer que el propio estadio tiemble, no simbólicamente, sino físicamente, para asombro, y algo de pánico, de los incautos extranjeros. El Cementerio de los Elefantes (el campo de Santa Fe que ha hecho en toda esta Copa, en mala hora, honor a su apodo) no vibró ni tembló ayer, no por falta de entusiasmo de las dos aficiones, sino porque es así: muy pesadote. Tampoco tiene una buena acústica que permitiera comprender instantáneamente lo que cantaban los hinchas de una selección y de otra. Enrique Gastañaga, en Clarín, ayuda a desentrañar el sentido de las melodías. Al uruguayo Diego Forlán, por ejemplo, le cantaron, una y otra vez, el nombre de la novia (muy guapa) con la que acaba de romper: "Ole, ole, ole, Zaira, Zaira", bramaban los argentinos. Claro que los uruguayos tampoco se quedaron cortos a la hora de fastidiar: "Messi es español, español, español", replicaban a voz en grito.
Messi es argentino hasta la médula de los huesos. De hecho, como alguien no le corrija a tiempo, terminará hablando como Alfredo di Stéfano, que tiene un deje tan cerrado que, a veces, cuesta entenderle. De esta Copa, por muy frustrante que haya sido, sale con mejor imagen patriótica de la que llegó y los aficionados argentinos parecen comprender mejor a su compatriota. Pero las cosas no terminan de estar completamente arregladas como lo demuestran los pocos anuncios locales que giran en torno a la imagen de Lio. En Francia, que se recuerde, no había empresa importante gala que no estuviera dispuesta a matar por conseguir la foto de Zidane junto a sus productos. En Argentina, durante esta Copa, se han visto más anuncios con Javier Mascherano que con Messi. De hecho, casi hay más anuncios con Juan Román Riquelme (que no está ni quería estar con la selección en tiempos de Maradona) que con La Pulga.
Los argentinos le han dicho adiós a la Copa de América con frustración, claro está, pero sin grandes dolores. Más que perder, lo que les molestaría de verdad es que la ganara Brasil. Pero si la canarinha quedara también apeada, por ejemplo, en la semifinal, el fracaso continental pasaría por Argentina casi sin pena ni gloria. Lo que disfrutarían sería con una final Perú-Paraguay, por ejemplo. Eso sí les haría gracia.
La verdad es que no ha pasado ni un día y en los cafés ya se habla más del inicio de la próxima temporada de Liga que de Messi y de sus colegas. Hasta el empiece de la B Nacional (equivalente a la Segunda División española) está rodeado de más expectación que el final de la Copa de América. Claro que este año la B va a ser increíble, con el River jugando contra otros antiguos clubes campeones, formidablemente arraigados en Buenos Aires, como el Ferro (Ferrocarril Oeste, que construyó en 1904 su primer estadio de fútbol en un campo de higueras del barrio porteño de Caballito) o como el Atlético Huracán, el rey del popular Parque Patricios. En total, en la Segunda argentina van a jugar este año seis equipos que en algún momento de su historia fueron campeones de Primera. ¿A qué argentino le va a importar así lo que pase a partir de ahora en la Copa de América?
Fuente: El País
Fuente: El País
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